domingo, 18 de septiembre de 2011

EL PADRE DE LAS ROSAS

Este es Leonardo Stepunh. Nacido en Prusia, un estado del centro de Europa que constituyó el mayor y principal de Alemania. Ya no existe desde la segunda guerra. Llegó a la Argentina en 1927 y falleció en San Pedro en 1988. Se lo recuerda como “El Padre de las Rosas” porque fue quien trajo una gran variedad de yemas desde allà para enriquecer su vivero. Un verdadero pionero. Muchos de los conocimientos que hoy se  manejan en rosicultura son fruto de sus desvelos y experiencias. Las fotografìas son de 1983, el dìa que, grabador en mano lo visitamos en su vivero Josè Marìa Biscìa, Marìa Masceroni y quien escribe. La grabaciòn de ese dìa certifica de su propia vos que las yemas que compró en Europa llegaron a Buenos Aires en el Graff Zeppelín, y de allì a San Pedro. Es padre de Silvia y Cristel Stepunh, propietaria del hoy Vivero Vidal. Era un hombre de un carácter apacible. Hablaba de justicia social. Citaba a Balzac: “Detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen…”...



Su apellido fue una marca registrada durante muchos años en San Pedro no solo por su aporte a la rosicultura sino por sus cualidades humanas dignas de ser destacadas.

domingo, 24 de julio de 2011

BERNARD CULBARD

El cementerio de San Pedro alberga, como todos, historias y misterios aún sin descifrar.  Bernard Culbard era uno de esos misterios. ¿Qué lo había traído a nuestro pequeño poblado? ¿Porqué descansa hoy en tierras gauchas después de cruzar el ancho mar?...
El hombre, natural de Elgin, Escocia, era un ingeniero que había venido a trabajar en el tendido de los insipientes ferrocarriles que por entonces los ingleses desplegaban a lo largo de este país. Un 3 de enero de 1885 lo sorprendió la muerte, a la corta edad de 29 años, víctima de una peritonitis. Desde entonces, su lápida blanquea al sol junto a la palmera central del cementerio de la ciudad, y nadie nunca, desde su lejano país reclamó sus restos para que descansaran en su tierra natal. Las fotos del libro de Cementerios del siglo XIX muestran la nacionalidad, profesiòn y motivo del deceso de Bernard. Y su làpida la fecha y ubicaciòn del lugar donde yacen sus restos...










miércoles, 13 de julio de 2011

BASANTE: El mozo del Bar Plaza

El mozo del legendario Bar Plaza mostrando su imagen cervantina en plena calle 25 de Mayo. Al fondo el Bar y sus habituales visitantes.

martes, 12 de julio de 2011

BUSCANDO A MÓNICA

Escenas de la película "Buscando a Mónica", rodada en San Pedro en 1961. Alberto de Mendoza, Ana Casares, Carmen Sevilla y muchos extras sampedrinos. El marinerito es el cantor de tangos Fito Laserna

EL SABLE DE SAN MARTÍN

EL SABLE

(…) ese sable morisco, de 95 cm de largo, que le fue entregado al Libertador durante su estada en Londres en el año 1811, viajó en la maleta del entonces teniente coronel, hasta Buenos aires. San Martín lo adoptó definitivamente y lo llevó en todas sus batallas. Con respecto a esto no queda la menor duda histórica. Sólo se separó de él, cuando, dejándolo en su chacra de Mendoza, viajó a Europa, con motivo de su retiro definitivo, al volver de la campaña del Perú.

Pero luego, en 1835, dispuso que lo fuera a buscar su yerno, Mariano Balcarce, quién ese mismo año lo llevó a París, y desde entonces acompañó al gran Capitán en su vejez.

El 23 de enero de 1844, San Martín dicta su testamento, en cuya cláusula 3ª dispone la entrega del sable “que me acompañó en toda la guerra de la independencia de la América del Sud”, al general de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas, etc.

San Martín vive aún seis años más, por lo cual tuvo sobrado tiempo para rectificar esa manda, en caso de que hubiese sido fruto de un entusiasmo temporal. Pero no se produjo tal rectificación, sino que, por el contrario, en el contenido de su correspondencia personal con Rosas, el Libertador menciona la cláusula testamentaria más de una vez. Para comprender la vigencia de su decisión es preciso tener en cuenta que le escribió su última carta un mes antes de morir. Tanto es a sí que la respuesta de de don Juan Manuel llega a Francia cuando ya ha fallecido el Padre de la Patria, y cuando ya el total de su mutua correspondencia sumaba catorce cartas, siete de cada uno.

En cumplimiento del mandato de su suegro, Mariano Balcarce, en 1851, hace entrega al entonces gobernador Rosas, de la preciada reliquia, que quedó depositada en Palermo, en un lugar de honor, hasta la batalla de Caseros, pero Rosas alcanzó a disponer que se lo hicieran llegar antes de embarcarse con rumbo a Inglaterra, y así sucedió que el ilustre sable permaneció siempre, hasta su muerte en 1877, en Southampton con su nuevo dueño. En su testamento, Rosas dispuso, a su vez, que pasase a ser propiedad de su querido amigo y consuegro don Juan Nepomuceno Terrero y, muerto éste, a la de su hijo Máximo, casado con Manuelita Rosas y Ezcurra, su amada hija.

Pero aconteció que, muerto don Juan Manuel, los sucesores se encontraron con que también había fallecido don Juan Nepomuceno, por lo cual el sable pasó directamente a manos de Máximo.

Se entiende que Rosas no quiso dejar el sable directamente a su hija mujer, sino que prefirió, dentro de la cadena de su descendencia, un legatario varón. Sin embargo también es evidente que buscó la manera de que el arma llegase a manos de su predilecta “niña” y no a las de Juan Bautista, su propio hijo varón.

Al cabo de veinte años, y luego de largas tratativas, el Dr. Adolfo A. Carranza, director del Museo Histórico Nacional, consigue convencer a Manuelita que done el sable del Libertador a su patria Argentina, y sea depositado en el Museo a su cargo.

Finalmente Manuelita y Máximo accedieron al pedido, pero condicionaron la donación con la muy específica cláusula de que en el cofre que lo contiene quedase inscripto que la cesión se hacía en nombre de su padre, el brigadier general don Juan Manuel de Rosas, con la transcripción de la cláusula 3ª del testamento del general don José de San Martín.

El preciado sable llega al Río de la Plata el 4 de marzo de 1897, en el barco Danubio, del cual es transferido a la corbeta La Argentina, de nuestra Marina de Guerra, a la cual debía ir a buscarlo el Dr. Juan Manuel Ortiz de Rozas, nieto del Restaurador. La caja que lo contiene ya venía con la chapa de bronce en la que se cumplimentan las condiciones impuestas por Manuelita y Máximo Terrero.

En la corbeta quedó durante una semana, ya que el Presidente de la Nación, Dr. José Evaristo Uriburu, decidió que no le correspondía a él recibirlo, sino “al Ejército Argentino”, y procede a lavarse las manos en este asunto. Acto seguido solicita al Ministro de Guerra que nombre a un general para que se haga cargo de la gestión.

Inmediatamente se desata una ola de excusas: tanto Mitre como Nelly y Obes, Roca y Campos, los generales más antiguos, todos pasan “parte de enfermo” o dicen estar de viaje en esa fecha.

Leopoldo Lugones publica un artículo, en el matutino en el que es editorialista, con el título de “Epidemia de generales”, riéndose de ellos, por supuesto, y agregando que “éste es el más grande homenaje de la historia para con el más Gran Heredero, que las calumnias no han logrado destruir”. Está todo dicho, y nada menos que por Lugones.

Finalmente el Dr. Juan Manuel Ortiz de Rozas, en nombre de sus tíos Manuelita y Máximo, lo entrega al Dr. Carranza, que se lo lleva al Museo en medio de las excusas de los generales que siguen saliendo en los diarios.

No se rindieron honores de ninguna clase y se prohibió una misa que la familia Ortiz de Rozas había propuesto. Todas estas negativas obedecían al fantasma de la famosa cláusula 3ª. Al cabo de un tiempo, la chapa de bronce desapareció misteriosamente.

Después vinieron los hombres, con sus libros y sus voces, en tribunas y estrados, con sus inquietudes y sus investigaciones. Todo fue muy largo y muy difícil, pero el “gran precursor” seguía allí, impertérrito, con la frialdad de su hoja de acero, proporcionando el testimonio eterno de su verdad irrebatible.

Eugenio Rom “¡Perdón, Juan Manuel! Crónica de un regreso” (fragmento)

Editorial Plus Ultra - 1989

LAS VENAS ABIERTAS...



Serie de dibujos alusivos al genocidio americano, magistralmente denunciado por el escritor uruguayo Osvaldo Galeano en su libro "Las Venas Abiertas de América Latina"...

AUTORRETRATO

Autorretrato realizado a tinta. Hombre prehistórico en pleno desierto dibujando sobre una ilusora mesa de dibujo con lámpara, mientras los pterodáctilos circundan el cielo.